Ni deseos ni propósitos

Una de las cosas típicas de la nochevieja es pedir un deseo a cada uva que se come, esas famosas uvas de la suerte que a más de uno le hacen entrar en el nuevo año con un ataque de atragantamiento mortal. Yo, como personaje raro que soy a la hora de comer, no soporto las uvas, así que mis campanadas son lacasitos. Pero este año fui incapaz de acabarlos, porque uno de mis amigos, tuvo un pequeño problema con sus uvas y con el ataque de risa que me entró, no pude comer (en la primera campanada aún no había abierto la bolsita, y en la tercera campanada, cuando por fin la abrió salieron la mitad de las uvas rodando por la mesa, así que en lugar de intentar comer alguna, se dedicó a poner sus uvas en las copas ajenas). Vamos, que yo entré en el 2016 con un ataque de risa en toda regla, la mitad de mis lacasitos en la mano y sin haber pedido ningún deseo para este nuevo año.

Realmente, si me paro a pensar, creo que tampoco he perdido gran cosa, porque los deseos rara vez se cumplen y los propósitos soy incapaz de cumplirlos. Quizá sería hora de proponerme algo como ser más constante o tenaz.

El caso, que en el segundo día del año (ayer fue día de sofá, manta y ver fotos de la noche anterior) me paro a pensar un momentos y decido que:

- Este año me niego a dejar pasar oportunidades por miedo.
- Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para sacarme la plaza (sé que no solo depende de mí, pero mi parte al menos la voy a cumplir).
- Voy a reír cada día.
- Voy a abrazar y besar tanto como pueda.
- Trataré de evitar mis bajones, 
- Voy a escribir más (no sé si en el blog o dónde pero voy a retomar este hábito) y voy a leer mucho.

Y creo que de momento ya vale, que para no cumplir lo propuesto siempre hay tiempo.