En el primer caso se trata de una de las niñas más maravillosas que he conocido, una niña especial que era ignorada por su tutora y que yo quise casi desde el primer momento en que la vi. Ha sido difícil trabajar con ella, pero a la vez ha sido tan gratificante... Su madre vio que su peque empezaba a cambiar y al final de mi tiempo en ese cole, decidí darle mi número. Quizá me dolía demasiado desaparecer del todo y no saber nada más de ella (aunque como interina es lo que se lleva, tener un bonito recuerdo y dejar que la vida pase) y lo cierto es que esa madre me ha ido contando los grandes logros de la niña, ha venido a verme a mi pueblo con ella y hemos entablado una bonita relación.
El segundo caso fue más o menos por un estilo. Una peque que pasaba de todo y la gran mayoría del profesorado tenía asumido que esa chiquilla pasaba de todo y no había nada que hacer, hasta que llegué yo y me puse pesada. Todo el mundo notó una mejoría con ella, tanto de actitud como de esfuerzo. No digo que fuera gracias a mí, porque todo niño tiene que madurar y quizá simplemente caí en ese momento a su lado, pero yo me siento partícipe, sobre todo en el momento en que su madre me dice que la niña no hace más que nombrarme en casa (nunca ha nombrado a nadie del cole) y que ahora está mucho más activa. Fue el otro día cuando hablé con ella y me dijo que la tarea de verano que le sugerí que podía hacer, la había hecho toda ella sola y sin errores. Me sentí tan orgullosa que no me salen las palabras.
Uno de mis miedos cuando empecé a trabajar (e imagino que de mucha gente también) es saber si estaba capacitada para ello, si lo iba a hacer bien, si sería capaz de dejar huella. No sé si lo hago bien o mal, y obviamente me queda mucho por aprender todavía, pero si es cierto que he notado ciertas cosas que me hacen sentir bien y aunque es posible que me involucre demasiado, de momento me está dando buenos resultados, así que aunque sea un error, voy a seguir así.