Qué difícil...

Qué difícil...
Sentimientos que creía extintos pero que son capaces de volver, de colarse por algún resquicio de tu coraza para explotar en mi interior dejándome sin aliento. 
Qué difícil resulta admitirlos cuando no hay nada que hacer. Pero más difícil resulta ver como la abrazas a ella mientras me buscas con los ojos. Cruzar nuestras miradas entonces es dolor en estado puro. 
Qué difícil es darte un abrazo y soltarte después.
Qué difícil es sentirte cerca y a la vez tan lejos.
Qué difícil es echarte la culpa cuando me siento yo la culpable por no lanzarme a la piscina antes.

Y qué fácil resultaría volver a fallar, caer en el mismo error que nos ha traído hasta aquí. Qué sencillo me resultaría dejarme llevar y callar mis labios con los tuyos. Y qué fácil es cerrar los ojos e imaginarte mientras las lágrimas surcan mis mejillas. 


No hay cosa que me joda más que una puta historia inacabada y saber que va a quedar así.

Ríe

Todos tenemos épocas más duras y más pesimistas en las que parece que la sonrisa nos ha abandonado. Yo admito que ese momento lo tuve hace relativamente poco, pero gracias a no perder las ganas y a una amiga en la misma situación que yo, puedo decir que si la risa alarga la vida, en esta última temporada, me he hecho inmortal.

Tras una época de bajón, cogí el montante y me fui de vacaciones: 4 días para desconectar y cargar pilas, donde sólo me preocupé de mí. Me sentaron de vicio y he recuperado parte de mi optimismo.

Y es que empezar las vacaciones llorando de la risa es maravilloso (bendita torpeza la que caracteriza a mi querida amiga que en mitad del pasillo del tren, se tiró en plancha encima de mi maleta gracias a un tropezón inesperado). Fueron unas vacaciones muy buenas, donde reímos muchísimo y con recuerdos geniales.

La vida puede ser maravillosa, y parece que mayo puede ser aún más maravilloso.