Todo empezó con una mirada...

Una mirada hace años. 
Una mirada que se retomó unos pocos años después y que dio lugar a un tierno beso.
Una mirada que no se repitió en mucho tiempo.
Una mirada que el pasado mes de julio se convirtió en un profundo abrazo y una petición de vernos pronto. Y así fue.

Casualidades de la vida, fuiste el primero que vi al llegar, y casualidades de la vida que justo entonces levantaras la vista hacia mí. Dos besos de rigor en la mejilla y una pequeña charla con poca sustancia. Cada uno disfrutamos del día a nuestra manera: tú hablando, yo haciendo fotos, tú saliendo a tomar el aire, yo bailando. 

Casualidades de la vida, te tocó cenar a mi lado. Hablamos y bromeamos, cogías comida de mi plato y te metías conmigo. Y yo me reía. Después desapareciste. Y yo no me preocupé: seguí hablando y bailando y riendo. Llegó el momento de marchar y regresaste. No sé cuándo ni cómo, si fue casualidad o si lo tenías planeado, pero caminando hacia el hotel, pusiste tu chaqueta sobre mis hombros y me abrazaste. Y yo no sólo me dejé abrazar, sino que te abracé también. Y cuando llegamos al hotel y nuestras miradas volvieron a cruzarse, lo supimos. Sabíamos que iba a pasar y nos dejamos llevar. 

Nos despedimos a la mañana siguiente con una sonrisa, un beso en los labios y una promesa.


*Continuará
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Claudia P.

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