Vienen solos...

Vienen solos...
Los recuerdos. Vienen solos. Sin ser llamados. Puedes estar tan fresca, con la mente en blanco y de repente ¡zas! una nota musical, una imagen o incluso un olor, pueden llevarte a otro momento de tu vida.

Lo malo son esos recuerdos que te empeñas en enterrar. Esos que cuando vienen, duelen. Y no es que duelan porque sean malos, no. Duelen porque ya no están. 


Puedo empeñarme en tirar objetos o esconderlos, en romper fotos, en dejar de escuchar canciones... pero siempre hay algo que se me escapa. Enciendes la radio y aparece una de esas canciones prohibidas que al principio hielan tu corazón y lo dejan parado para luego acelerarlo a su máxima velocidad. Pones la televisión y una de nuestras películas favoritas se materializa en la pantalla. No soy capaz de cambiar de canal antes de que mi mente vuele a otro tiempo. Abres un cajón y encuentras esa pequeña cosita que ya no recordabas que estaba ahí. 

Esos recuerdos fueron momentos bonitos:cariño, complicidad, risas, abrazos, guiños a otra realidad... Algunos mucho más que bonitos, pero me gustaría poder olvidarlos. Lo malo es que no puedo arrancar algo que forma parte de mí. Y no sé convivir con ello. De momento, no. Y no sé si voy a poder. 

Desde la ventana

Desde la habitación de su hermanita se podía ver el jardín. Pero sólo si te subías al taburete podías ver la puerta de la casa de la casa de al lado. A Silvia le gustaba ir allí, subirse al taburete y mirar. Muchas veces vio a papá en esa puerta cuando mamá no estaba en casa. Un día, Silvia le preguntó. Papá lo negó. Entonces Silvia cogió la cámara y justo cuando la vecina le abría la puerta a papá, ella disparó. Cuando mamá empleó la cámara, vio la foto y papá no lo pudo negar más. Ahora hace días que él no está en casa. Ni para dormir.

Ahora voy a pensar en mí

Ahora voy a pensar en mí
El escribir cómo me siento, me hace mucho bien, y hace unos días que llevo en mente plasmar algo por aquí, sólo que entre una gripe que me ha tenido casi una semana en cama, y que encima no sé cómo explicarme... Cierro los ojos y busco las palabras que se esconden en mi cabeza...

El tiempo pasa. Es irremediable. Echas la vista atrás y te das cuenta de que aunque tú no lo creyeras por aquel entonces, ya han pasado casi 5 meses. Y sigues viva. 
Ha sido bastante rápido. Obviamente ha habido momentos de todo, algunos que no se los deseo ni a mi peor enemigo, pero otros realmente buenos, y es en ellos en los que hay que fijarse. 

Han sido 5 meses de vacío y soledad, aunque también se han dado buenos momentos que me han hecho creer que ya estaba perfectamente. Nada más lejos de la realidad. Puedo decir que mejor si que estoy, pero ni la mitad de bien que yo creía. Aunque ahora salga un poquito más (que no es mucho porque me he buscado demasiadas cosas que hacer, no me gusta estar quieta), y ya pueda hablar de según que cosas sin echarme a llorar, siento que sigo rota por dentro y que el miedo no me deja respirar profundamente. Ha hecho falta conocer a una nueva persona para darme cuenta de esto. De repente me he visto agobiada y aterrorizada. Y no puedo entregarme así a nadie. Él no se merece una persona que no es capaz de confiar y de quererse suficiente. Así que ahora voy a pensar en mí. Seguiré con mis proyectos (que además me salen hasta de debajo de las piedras), seguiré creciendo como persona, seguiré con mis cambios y aprenderé a quererme un poquito más. Poco a poco acabaré por estar bien, por volver a estar más o menos entera y entonces veremos qué me depara el futuro. 

Últimos minutos

Lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel. Tan sólo me quedan unos minutos para ultimar los preparativos. No sé si podré hacerlo antes de que despierte, pero no me queda otra opción. Las cosas no pueden seguir así, esto ha de acabar ya. Corro a mi habitación y saco la navaja que tengo escondida. Me acerco a la cuna. El pequeño lanza un suspiro y se mueve inquieto. Pronto despertará. Es ahora o nunca. Quito la funda de la navaja y cojo un mechón de su pelo. 

Funeral

Funeral
Las ganas de verte. La alegría por verme reflejada en tus ojos. El orgullo que sentía cuando me contabas tus pequeños y grandes logros. Las mariposas del estómago cuando sonaba el móvil. La felicidad de ir de tu mano. Los abrazos llenos de amor. Los besos pequeños, dulces, apasionados, cariñosos, graciosos… todos y cada uno de ellos. Las carcajadas derivadas de tus muchas tonterías. Las ganas de contarte mis pequeñas y grandes cosas para hacerte partícipe de mis días. Las tardes de peli, wii o cocina. Las cosquillas. Los planes de futuro. Las cartas llenas de palabras vacías. Todos los preciosos sentimientos que han llenado tanto tiempo mi corazón…

Todo ello ha muerto. Ha sido metido en una caja y enterrado.

Ahora, poquito a poco voy recomponiendo mi corazón, encontrando trocitos en los lugares más inesperados y pegándolos con sonrisas, abrazos, purpurina, música, caricias, sueños e ilusiones. Y aunque parezca mentira, a pesar de lo machacado que ha quedado una y otra vez, sigue estando caliente y sigue cantando en mi pecho, esperando el momento adecuado para volver a estallar, pero esta vez, de felicidad.